sábado, 19 de diciembre de 2009

SALVADOS DEL INCENDIO: “Los Bisontes De Altamira” - Anónimo

Desde un punto de vista hegeliano en las pinturas de las cuevas de Altamira (Santillana del Mar, Santander. España), y en especial en sus bisontes, se encuentra ya todo el arte. A partir del momento en que fueron pintados, los especialistas los fechan en el periodo Magdaleniense, en torno a los 14.500 años, en el llamado Estilo III; el Arte empezó a despegar toda su potencia creativa y expresiva; dicho de otra manera; la cueva de Altamira es el bing band del Arte.
Lo genial, lo auténticamente genial de esas pinturas, es la modernidad que rezuman: el aprovechamiento de las condiciones espaciales, el minimalismo de sus trazos, la sobriedad del color: pintaban con colores y no con colorines tan de modo hoy en día. Pero hay más: da igual por qué y para qué fueron pintados; si como acciones mágicas para la consecución de la caza -lo que hoy son los happenings y las perfomances-, si como elementos decorativos de las cueva -que es para lo que se quiere el arte aquí y ahora-, o como pinturas con carácter religioso y místico –una de las funciones que hoy cumplen los museos. Genios, fueron auténticos genios, los que pintaron todo eso.
La técnica empleada por aquellos creadores para lograr sus fines estéticos fue la siguiente: primero grababa con buril el contorno de los animales que después resalta con negro manganeso, raspándolo y sombreándolo si es preciso.

El colorante de ocre se reserva para el interior, aplicado directamente con la mano o con aerógrafos de hueso, expresando la anatomía del animal (en el que se ha destacado el aspecto humanoide de la cara del animal); y destacando algunos detalles peculiares al administrar las distintas tonalidades, después algunas zonas se modelan a través del raspado, el lavado y la frotación de los colores. Hay que hacer notar que los colores se conseguieron a partir del carbón vegetal, arcillas y tierras naturales (óxidos de hierro y manganeso), disueltos en agua.
Más tarde, el pintor selecciona los rasgos esenciales que identifican la especie, aprovecha las formas y protuberancias naturales de la cueva para encajar sus figuras, adquiriendo así, algunas de ellas, volumen y relieve.

El pintor se iluminó con lámparas de tuétano, que dan una luz intensa y limpia y no ennegrecen las paredes. La humedad natural de la cueva fijó y mantuvo la frescura de los colores durante milenios, justo hasta que llegaron los turistas y hubo que crear una réplica, que se visita como si fuese la original, la cuál sólo la pueden ver especialistas, reyes y políticos más o menos importantes.
Y aquí se plantea una cuestión tan importante como si le experiencia estética (sea lo que esto sea) se produce sólo ante el original y no la copia, elemento bastardo y falsificador del arte… pero esto será para otro post.







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