Canogar ha desarrollado para la ocasión una video instalación realizada con una pantalla de LEDs y que flotará desde el techo. Sobre las cabezas de aquéllos que caminan bajo la obra, aparecen las imágenes de una multitud en movimiento: andando, corriendo, generando tapones, cayéndose, tropezando… Dichas imágenes constituyen una suerte de espejo en el que representar el constante flujo de personas que vienen y van por el atrio del Justus Lipsius, concretamente desde las puertas de entrada al mismo y hasta la puerta giratoria a través de la cual se penetra en el edificio. La instalación está compuesta de una pantalla de 33 metros de largo por 1,65 de ancho. Gracias a su flexibilidad, el conjunto adquiere una forma sinuosa de un bucle de 4 metros de altura.

Una reflexión
Estas “Travesías” representa perfectamente a buena parte del arte contemporáneo: un arte banal, decorativo, con un alto nivel de complejidad tecno/científica en su realización, que deja pasmados a los espectadores por su espectacularidad, pero que en modo alguno produce algo así como una ‘experiencia estética’. Es una obra unidimensional y unidireccional. No es más de lo que es y no hay que pedirle nada más. En definitiva, estamos delante del epítome del ‘arte de corte’.
Lo que le sucede a Canogar y sus ‘Travesías’ es lo que le ocurre a las creaciones de esos primeros espadas del arte actual (Hirst, Murakami, Koons, etc.): sus creaciones son bonitas, divertidas, llamativas, ilusorias, decorativas, sobre todo decorativas, pero que son incapaces de crear la más mínima emoción o de crear cualquier tipo de empatía con el espectador. Piensen en el “Puppy’ de Jeff Koons instalado a la entrada del Museo Guggenheim de Bilbao, mismamente.
Como detrás no hay nada, hay que crearlo, mostrar un simulacro, y aquí es cuando entran en acción los historiadores, los filósofos del arte, los sociólogos, curadores (¿de qué curan?)… en fin, todos y cada uno de los actores llamados a legitimar(se) el significado de un arte que cuando nace ya es un cadáver.
Por desgracia -o no- está obra sólo vale en la medida en que su autor y sus legitimadores vivan; y cuando estos la palmen su ‘arte’ desaparecerá con ellos.