
Las diez galerías que, repartidas en dos plantas, ocupan todo un ala del monumental edificio victoriano se traducen en un ambicioso fresco cultural dibujado por 1.800 objetos, amalgama de arte románico, gótico y renacentista, religioso y profano, ahora reorganizada de forma cronológica y temática. El nuevo espacio presenta no sólo una colección de obras maestras, sino también de sus contextos. El conjunto se desgrana en una nómina apabullante a la que una reforma de 30 millones de euros y siete años de trabajo han conseguido extraer todo su brillo.
La exposición rehúye de la visión imperante sobre el Medievo y el Renacimiento como dos épocas antitéticas, y en su conjunto encara el dilatado periodo desde el declive del imperio romano hasta el 1600 como una transición fluida en la que convergen las fuentes bizantina, medieval, clásica y gótica. También se subrayan las influencias entre el norte y el sur de Europa, así como con otros continentes e imperios.
En contraste con ese interior, la fachada del museo aparece parcialmente cubierta por los andamios.