A pesar de lo abarrotado de la sala, a pesar de la larga espera para poder entrar a la exposición (mínimo una hora), cuando la mirada del espectador se pasea y se detiene admirado por los cuadros que cuelgan en los espacios de la Fundación Mapfre. lo único que se puede decir, en un fácil juego de palabras, es que “los impresionistas impresionan”.
Más de un siglo después de su aparición como grupo de artistas y como estilo, que supuso una auténtica revolución en la pintura, los impresionistas siguen impactando por el poderío emotivo de sus obras. De la obra en si misma despojada de todas sus rémoras históricas, sociológicas, económicas o de cualesquiera otra índole. Lo grande de las pinturas de los impresionistas es que pocas obras se dejan ver tan bien, tan limpiamente, como las que estos hombres pintaron.
Pero en los trabajos de Monet, Manet, Renoir, Sisley o Cézanne también hay otra enseñanza: cuando parece dársele más importancia al gigantismo artístico en donde se valoran más lo metros cuadros del lienzo, los kilos de la escultura o los metros de cable y las pulgadas de la televisión; los impresionistas nos enseñan que lo pequeño es mágico, que no se necesitan grandes telas para plasmar las inquietudes del hombre y sus esperanzas, ni la vida que pasa a su alrededor. Sea lo que sea el arte, hay más en estos cuadros que en todas las obras de los grandes nombres del arte del aquí y el ahora.
Los organizadores de la muestra han querido plantear un idea que, me temo ha acabado volviéndose en contra de ellos. Junto con los impresionistas han traído un grupo de obras de coetáneos (Bouguereau, Whistler,…) que trabajaban en ese mismo tiempo y que estaban adscritos al realismo o al simbolismo, con la intención de mostrar que todos ellos, los aceptados por la academia y los excluidos por ella, querían plasmar en sus lienzos la modernidad. Sin embargo, y con la sobresaliente excepción de dos cuadros de Gustave Moreau (“Galatea” y “Jason”) y la notable obra “La familia de Jean el Cojo. Campesinos de Plougasnou” de Jean François Raffaëlli, en esta confrontación los académicos salen malamente vapuleados: ciertamente son obras bonitas, vistosas, llamativas, pero carentes de cualquier emoción y vitalidad. Sirven para decorar una casa, para tapar paredes, pero no para disfrutar de ellas, para verlas y volver a verlas, algo que sí desea con esas extraordinarias piezas como pueden ser “Paisaje argelino” de Renoir o “La rue de Montergueil de París. Fiesta del 30 de junio de 1878” de Monet, que anuncia ya el arte que la más estricta modernidad traerá unos años después. Y en medio de todos ellos Manet, funcionando como una bisagra.
La vista se alegra ante los paisajes nevados de Sisley (“La nieve de Louveciennes”) y Manet (“La urraca”), o ese “Camino en el bosque” de Pissarro, y no dejan de llamar la atención las carreras de caballos de Degas (“El desfile”), “La casa del ahorcado” de Cézanne y “El columpio” de Renoir.
Una prueba de la modernidad conceptual de estos artistas es que en sus obras al aire libre, los hombres han desaparecido por completo, y cuando aparecen, en forma de campesinos, su rostros no tienen forma, no identifican a nadie. No se puede hacer más filosofía, sociología o antropología en menos espacio.
Esta magnífica exposición, que muestra por primera vez en España un conjunto tan importante de obras maestras de la pintura impresionista (uno de los grandes vacíos de los museos españoles), ha sido posible gracias a las obras de remodelación del edificio del Museo d’Orsay (Paris) que mantendrán la institución cerrada hasta el 2011.
Qué: ImpresionismoDónde: Fundación Mapfre. MadridCuándo: Hasta el 22 de abril(
Fotos: Renoir, "El Columpio"; Degas, "Clase de Baile"; Manet, "El pífano"; Bouguereau, "El nacimiento de Venus"; Stevens, "El baño". Cortesía de la Fundación Mapfre y el Museo d’Orsay de Paris)